6 nov 2009

Miguel de Unamuno contra los fascistas españoles


El 12 de octubre de 1936 había sido declarado por el fascismo español como día de la Raza y la Hispanidad. Cuatro días antes, el día 8, Miguel de Unamuno había publicado en los periódicos de Salamanca el “Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades del mundo”, y al día siguiente “empezó la preparación editorial de la “Fiesta de la raza” en los periódicos, con un “vibrante” suelto, empedrado de tópicos y exaltación patriótica”.
El día 11 la prensa de los alzados en armas inició la publicación de la carta-pastoral de Enrique Plà y Daniel, a la sazón arzobispo de Salamanca. Fechada el 30 de septiembre de 1936, la pastoral llevaba por título “Las dos ciudades”. En el índice de la primera entrega periodística se señalaba: “Año 1936, piedra miliar en la historia de España. Revolución y Contrarrevolución. Los dos amores que las engendraron y con ellas a las dos ciudades. Frente al vandalismo de los hijos de Caín, el heroísmo y el sublime y fructífero martirio de los hijos de Dios”.

El día 12, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se organizó un acto de exaltación hispánica y racial que se convirtió ”en un aquelarre de simbolismos y gritos rituales fascistas”. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad, presidía la mesa. El general Franco le había cedido su representación en el acto académico. Era la primera ocasión para que los militares amigos de Hitler y Mussolini, alzados contra la II República española, pudieran exaltar abiertamente los valores por los que se habían sublevado y “por los que estaban llenando de sangre los campos y las ciudades de España”.

El estallido de la guerra había pillado al autor de La agonía del cristianismo en Salamanca, ciudad que, junto con Burgos, funcionaba como capital de facto de los facciosos antirrepublicanos. En aquellas primeras semanas, el pensador vasco mostró un apoyo expectante hacia los sublevados contra la legalidad republicana y el número de sus disparates políticos no es un cardinal menor. Su extravío ideológico y su confusión política no fueron, se miren como se quieran mirar, una simple y breve nota a pie de página.

En la mesa del acto, además del propio Unamuno, figuraban el cardenal Enrique Plà y Daniel, de origen catalán; el fundador de la Legión, el general Millán Astray, con sus armas en la mano; Carmen Polo, la esposa del general golpista, con sus escoltas personales

La puesta en escena siguió el siguiente desarrollo. Intervinieron, en primer lugar, José María Ramos Loscertales, catedrático de Historia, un ex liberal converso de última hora, que habló del imperio español y de las esencias históricas de la raza; el dominico P. Beltrán de Heredia, también historiador de la Universidad de Salamanca, el más comedido de los participantes, quien hizo referencia a los maestros de la vieja Universidad, y a su “humanística y humanitaria preocupación por los modos de la colonización americana, en especial su compañero de Orden, el P. Vitoria, burgalés, creador del derecho de gentes” y coartada de los supuestos valores espirituales que los levantados en armas contra la Constitución republicana decían defender. Francisco Maldonado de Guevara, catedrático de literatura de la Facultad de Filosofía, habló del Caudillo, de las maldades de la URSS y de la necesidad de exterminar a la anti-España. José María Pemán habló a continuación y sugirió que cada uno, que cada español en su pecho construyera un Alcázar de Toledo.

El legionario Millán Astray, falto de un brazo, un ojo cubierto, cojeando de una pierna, habló a continuación.

Astray:
Catalunya y el País Vasco son cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí. La carne sana es la tierra, la enferma su gente. El fascismo y el ejército arrancarán a la gente para restaurar en la tierra el sagrado reino nacional… Cuando Franco lo quiera y con la ayuda de mis valientes moros (sic), que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos españoles... Porque dan la vida por la sagrada religión de España, escoltan a nuestro Caudillo.

Astray, junto con el auditorio exaltado:
¡Viva la muerte!

Astray (con gritos muy varoniles): ¡España! ¡Una! ¡España! ¡Grande! ¡España! ¡Libre!

Unamuno, que entonces tenía 72 años respondió a continuación:
Todos estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y me sabéis incapaz de callar. Callar significa a veces mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un divorcio entre mi consciencia y mi palabra. Seré breve y la verdad es más verdad cuando se expone desnuda.

Quisiera, pues, comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray… Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombarderos de la segunda guerra carlista. Luego me casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero jamás he olvidado mi ciudad natal. El obispo [Unamuno señaló al cardenal Plà y Daniel] quiéralo o no, es catalán, nacido en Barcelona… Acabo de oír el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la muerte! Me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que he pasado la vida creando paradojas, he de deciros, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna…

El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Desgraciadamente hay hoy demasiados inválidos en España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra pensar que el general Millán Astray pueda dictar normas de psicología de masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era simplemente un hombre, y no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como digo, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo como se multiplica el número de mutilados alrededor de él.


Millán Astray, sentado en el extremo de la mesa presidencial que había golpeado repetidamente con su única mano, y que se había alzado y había interrumpido a Unamuno, gritó:
¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!

Auditorio, como coro fascista: ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!

José María Pemán [ahora entre el público]: ¡No! ¡Abajo los falsos intelectuales! ¡Traidores!

Unamuno (concluyendo el acto):
Estamos en el templo de la inteligencia y yo soy aquí su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando un sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Y ahora os digo: venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y el derecho en la lucha. Me parece inútil deciros que penséis en España. He dicho.

Hubo riesgo de linchamiento. Carmen Polo, el cardenal Plà y otro general franquista presente en el acto condujeron a Unamuno fuera del paraninfo y lo metieron en un automóvil. Unamuno tropezó, al salir, en la puerta de la Universidad. Una multitud de brazos en alto y de gritos patriótico-fascistas rodeó el coche. El general legionario se enfrentó todavía con el viejo rector con un gesto de desafío, junto al estribo mismo del coche de Carmen Polo. Dejando la multitud atónita y exaltada, Unamuno fue conducido por la Calle de la Rúa a su domicilio. Poco a poco fue recuperando la normalidad.

Los periódicos del día siguiente, 13 de octubre, abrieron la primera página con los siguientes titulares: “La fiesta de la Raza se celebró este año en Salamanca con excepcional y magnífica solemnidad”.

Desde luego: no hubo referencia alguna al incidente entre Unamuno y el general golpista Millán Astray.


Destituido del rectorado, arrestado en su domicilio, Unamuno murió pocos meses más tarde, el 31 de diciembre de 1936.

Durante este período de arresto se arrepintió mil veces de haber contemporizado con los sublevados. En una carta de este período, dirigida a un periodista francés, Unamuno pronosticaba que:

"En esta guerra que se libra en España morirán cientos de miles de personas y miles de otras deberán marchar al exilio y jamás podrán volver… Porque la dictadura que se avecina en España será la más brutal que hayan conocido los tiempos. Se nutrirá del maridaje entre la sacristía y el cuartel".

El tiempo no falseó sus palabras. Años más tarde, enero de 1957, se incluyeron en el índice de libros prohibidos dos de sus obras. Una de ellas, La agonía del cristianismo, porque el censor dedujo por el título que el ensayo abonaba el final de la cristiandad.